Crónicas de un Viaje

«CRÓNICAS DE UN VIAJE»

La exposición «García de Marina. Crónicas de un viaje», que puede verse entre el 20 de abril y el 2 de julio en la Sala 2 del Centro de Cultura Antiguo Instituto, repasa a través de alrededor de 250 fotografías algunos de los trabajos más destacados del fotógrafo gijonés García de Marina, cuya obra artística se enmarca en las corrientes de la llamada poesía visual.

Con su particular mirada fotográfica, García de Marina es un poeta visual que ha encontrado en las imágenes fotográficas una vía lírica hacia el esclarecimiento de sus imaginaciones y obsesiones personales.

La exposición García de Marina. Crónicas de un Viaje, en la que muchas de las obras podrán verse por primera vez en Gijón/Xixón, ciudad en la que nació y vive el autor, es una crónica vital con la que el artista muestra, de tú a tú, su personal manera de mirar, interpretar y transformar un objeto en una idea o una idea en un objeto.

Su fotografía, sosegada y minimalista, es una metáfora del mundo. En un juego de asociación y disociación de objetos e ideas, sus imágenes, de impronta surrealista, son retratos conceptuales de la realidad. Lo personal, lo íntimo, lo cotidiano, la reflexión vital o la reivindicación social conviven en el imaginario iconográfico de García de Marina; un artista que, en palabras del periodista y escritor José Luis Argüelles “ (…) es un alquimista, es decir, alguien que domina el arte de transmutar materiales considerados vulgares o anodinos (unas gafas, una pinza, un mechero, un lápiz, unos fósforos, un peine o un tenedor) en admirables metáforas de la vida, tan sorprendentes como certeras. Y es, en este sentido, el fotógrafo de la gran poesía que desprenden los objetos (…) “

En su proceso creativo García de Marina busca la analogías entre el objeto y la idea – entre la idea y el objeto y, quizás, el azar, la intuición – compone la escena, busca la perspectiva adecuada, la luz más pertinente; crea el bodegón que su mirada y el objetivo de la cámara fotográfica, sin ninguna manipulación posterior de la imagen, convierten en poesía visual. Nunca pone título a sus obras dejándolas a la libre interpretación del espectador para que, cada uno con su bagaje personal, cree sus propias analogías estableciendo así un diálogo entre la obra y el observador.

En la exposición que ahora se presenta, se entremezclan trabajos pertenecientes a diferentes series en las que ha trabajado el artista en los últimos diez años, como: “Insospechada cotidianeidad”, donde reinventa objetos cotidianos dotándolos de un nuevo sentido; “La Palabra Inacabada”, en la que explora la relación entre el lenguaje escrito y el lenguaje visual; o “Inocentes”, que pretende reflexionar sobre los derechos humanos. Como serie individualizada se muestra el último de sus trabajos: “A Halt to Survive – (Pandemic Times)”, en el que a través de 23 fotografías – expuestas al público por primera vez – plasma su visión personal, y a la vez comunitaria, de lo vivido a causa de la pandemia de la COVID-19, episodio de nuestra historia más reciente en el que la rutina de la incertidumbre marcó el día a día de la población mundial.

Acompañan a las fotografías algunos de los objetos de los que el artista se sirve para crear las composiciones, permitiendo así al público aproximarse a la parte más íntima de su proceso creativo, y, como cierre, un extracto de un documental dirigido por José Mata que, retrata a García de Marina, desde el ámbito de lo artístico y también personal.

«TEXTOS DE LA EXPOSICIÓN»

Texto: José Luis Argüelles

García de Marina (Gijón/Xixón, 1975) es un alquimista, es decir, alguien que domina el arte de transmutar materiales considerados vulgares o anodinos (unas gafas, una pinza, un mechero, un lápiz, unos fósforos, un peine o un tenedor) en admirables metáforas de la vida, tan sorprendentes como certeras. Y es, en este sentido, el fotógrafo de la gran poesía que desprenden los objetos –también los más humildes, cotidianos y prosaicos– para quien sabe mirar sin ataduras o prejuicios. Su mundo visual bebe en las fuentes de la analogía, en la agudeza de ver antes que nadie las insospechadas y feraces relaciones que establecen las cosas cuando las juntamos o comparamos. Ya Lautréamont nos habló de la belleza que hay en “el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas”. Estas asociaciones insólitas pueden ser resultado del azar, como querían los más conspicuos surrealistas, o de una premeditación conceptual y afinada en sus mínimos detalles. De lo que se trata, en todo caso, es de dar con esa imagen que concede una amplitud semántica y una emoción profunda mediante la transformación de los significantes.

La obra de García de Marina es el fruto de esa búsqueda y aporta una reinterpretación imaginativa del mundo y sus conflictos. Lo hace mediante operaciones físicas y mentales por las que las cosas adquieren un nuevo sentido, tan acuciante como transitivo. Es un poeta visual, como lo era su maestro Joan Brossa por ejemplo, que ha encontrado en las imágenes fotográficas (en la especial técnica a que obliga la cámara, la incidencia de la luz y las sombras) una vía lírica hacia el esclarecimiento de sus imaginaciones y obsesiones personales. Somos, también, el relato que enhebramos. Y al artista gijonés le gusta contar o sugerir mucho con los elementos imprescindibles, en blanco y negro o en color. Su estilística es limpia y figurativa, aunque el motor de su trabajo es el cuestionamiento de la realidad tal y como la percibimos. La fotografía como revelación de una grieta. Y, por lo mismo, siente una filiación con la pintura de René Magritte, tan deudora a su vez de la inquietud metafísica de Giorgio de Chirico. La historia del arte es una cesta de cerezas.
García de Marina

La evolución artística de García de Marina ha sido tan sorprendente como talentosa: en poco más de una década (en 2010 adquirió su primera Nikon) ha pasado de hacer fotos familiares y de paisajes a captar los universos concentrados que han merecido seguimiento internacional, de Rusia a Sudáfrica y de Estados Unidos a Taiwán o Emiratos Árabes. La lírica de sus imágenes es ecuménica. Esta capacidad para expresar de forma sencilla (la sencillez es el más arduo de los artificios) la culminación de sus ideaciones, risueñas unas y más severas otras, dice mucho de la potencia simbólica de su panoplia gráfica.

Crónicas de un viaje reúne una amplia y contundente muestra de las singulares creaciones de García de Marina. Esta exposición propone un recorrido cronológico por las distintas etapas y series de un fotógrafo que alcanzó muy pronto, desde la inquisitiva curiosidad autodidacta, la madurez de su expresión. Desde Insospechada cotidianidad, un conjunto de fotografías que ya el Centro de Cultura Antiguo Instituto acogió en 2012, hasta la última serie de trabajos sobre la pandemia del covid-19, hay una línea de puntos que confirma al artista dueño de su lenguaje. Así lo prueba la selección icónica de propuestas como las tituladas Inocentes (las piezas del ajedrez y sus humanas connotaciones), La palabra inacabada (el abecedario y el poder creativo de las sílabas, de la literatura) o Dialo2 (las activas correspondencias con el ineludible Brossa). García de Marina y sus desplazamientos alquímicos.


Las pequeñas cosas.

Texto: Tito Montero

¿Hasta qué punto lo minúsculo es irrelevante? ¿Tiene la capacidad de explicar el mundo?

La belleza de la mirada de García de Marina está en el talento para trabajar con lo pequeño, para contar desde lo ínfimo. Es su observación atenta de lo humilde lo que conecta y activa los engranajes de un cerebro en continua expansión.

Y esa ebullición dúctil, constante y solitaria, ese exilio interior creativo consigue lo improbable. Retener el tiempo. Fijar la ilusión. Hasta ser capaz de establecer un punto de vista: el desafío último del arte. El origen.

Luego aparece otra soledad más terrible. Llega la lucha titánica contra el equilibrio incierto que genera la duda. Y la obsesión. Y el tiempo. Y el tiempo. Y la obsesión.

Hasta que aparece la luz. Una luz. Y con ella la epifanía. La revelación de un diálogo factible, de alguna conexión asombrosa. Y quizá. Ojalá. Quién sabe… Insólita.

Una segunda vida para los objetos, ascética y estimulante a partes iguales. Una semilla que brote en la cabeza del otro. Una conversación hilada con ascendentes ansiados.

Voces. Susurros. Correspondencias.

Breton, Buñuel, Magritte, Man Ray, Lorca, Van Gogh…

Huellas inevitables de una genealogía posible. Rastros necesarios. Y más soledad. Y más incertidumbre. Y la obsesión. Y el tiempo.

La materia en composición, el motivo, la idea. La captura de la esencia de la intuición y su anclaje en un espacio creíble a través de la imagen. La congelación de un instante que active un universo de posibilidades. La poesía. El azar. Tal vez.

El espíritu de una época contenido en la insignificancia aparente del detalle. Lejos del gran movimiento, del gran poder. Ráfagas. Constelaciones. Fragmentos. La observación microscópica, íntima y común, en la era de la barbarie tecnológica del egotismo.

Lo exiguo. Lo mínimo. La verdad que sostiene nuestro cosmos. Y la soledad. Y la incertidumbre. Y la obsesión. Y el tiempo.

Las pequeñas cosas.

Las contradicciones.

La historia sin fin.

Lo eterno.

La realidad desapacible.

Texto: Tomás Sánchez Santiago

El establecimiento de nuevas relaciones con la temporalidad, la lógica o la memoria invade toda la obra de García de Marina, hace de ella un paisaje reticular de asociaciones que proponen una especie de cartografía fantástica que repele cuanto pueda aceptar la realidad como algo inamovible. Desprovistos de contexto, hundidos en el desamparo de lo no nombrado (todas las piezas del fotógrafo asturiano carecen de título) y asociados violentamente entre ellos mediante interferencias isomórficas, los objetos fotografiados por García de Marina continúan haciendo crecer el mundo expuesto por el autor en anteriores muestras, perpetradas al hilo de preocupaciones colectivas o convicciones estéticas.

Y es que hay en García de Marina una obstinada retórica de la alteridad, una búsqueda de ‘lo otro’ que faltaba en el mundo pero que él veía; con ello alza las nuevas realidades partiendo de audaces alusiones y evocaciones, base primordial de esta poética de lo insólito que irrumpe sin permiso en la grisura de la cotidianidad tendiendo puentes entre lo real y lo soñado, entre la mortaja de la costumbre y la libertad, entre la sumisión y el deseo.